viernes, 27 de noviembre de 2015

Con el diablo en el cuerpo. Parte I

Esta es una historia demoníaca y rural que aconteció en un pequeño pueblo irlandés, cuyo nombre omitiré para evitar las represalias. Y con razón, la verdad.

* * *

Había caído la noche en la hacienda de los O´Connolly. Una humilde casa de piedra construida sobre una loma rodeada por campiña agreste y bosques deshabitados. Así que, como podrás imaginar, la luz de la ventana de Sarah era visible en varias millas a la redonda. Ella, sin embargo, creía estar sola y resguardada, sentada en su cama, leyendo acalorada y furtiva aquel libro que escondía, y que contenía historias y dibujos guarros. Sus manos temblaban, su frente comenzaba a perlarse de sudor. Estaba flipando, nunca había visto algo como aquello.
—Pero qué… ¿qué hacen estos desvergonzados? Uy, uy, ¡qué lascivos! Yo no puedo ver esto, como se despierte padre me va a caer una buena.
—Sarita, coño, que tienes cuarenta y dos años.
—¡¿Quién ha dicho eso?! —preguntó la mujer, asustada, al escuchar la voz que venía de las tinieblas del rincón.
—Oh, perdón. No me he presentado. Soy Satanás.
El demonio salió de las sombras y se mostró ante ella.
—¡Estás desnudo!
Satanás parpadeó confuso.
—¡Venga ya! ¿Aparezco desde los infiernos y eso es lo único que te llama la atención?
—Perdona… es que estaba leyendo este libro y…
—Coño, que soy un demonio.
—Vale.. vale… lo siento.
—Está bien —asintió el diablo—. No pasa nada.
—¿Qué quieres de mí?
—Pues… —suspiró— joder, es que me has cortado el rollo.
—Ya veo ya… —dijo la mujer mirándole la entrepierna.
—¡Eh! —gruñó el demonio— vengo del infierno y aquí hace frío. Es normal que esté así, ahora se pondrá a su tamaño normal.
—Así que es eso ¿no?¿Vienes a hacerme el amor?
—¡Que soy el diablo, hostias! —estalló— ¡Yo no hago el amor, yo te poseo!
—Pues, sinceramente, ya puede mejorar el asunto si vienes a poseerme.
—¿Quieres callarte de una puta vez y tenerme miedo? Así no hay quien haga nada, coño.
La mujer soltó una carcajada.
—¿Miedo de qué? ¿De esa birria?
El demonio, ofuscado, se sentó en una silla y gruñó por lo bajo.
—Va, venga… —dijo Sarah en tono conciliador—. No te pongas así, que es una broma.
—Vete a la mierda.
—No quería ofenderte.
—No me ofendes, gilipollas, soy Satanás.
—Ya… bueno…
Hubo entonces uno de esos silencios incómodos.
—…si quieres te ayudo —dijo la mujer.
—¿Perdón?
Señaló su pene.
—Ah…
—Venga tonto, lo he visto en ese libro, verás cómo se te pone enorme.
—Pues… —meditó el diablo mirando a su al alrededor— bueno, vale. Si quieres prueba a ver.
Sarah sonrió picarona y se acercó a Satanás.

Sarah era una solterona. En la zona no había prácticamente ningún mozo, y sólo tenía contacto con varones en los bailes o la feria de la cabra. Muy de tanto en tanto. Se podría decir que su experiencia con los hombres era más bien imaginativa. Quizá por ello había invocado inconscientemente al demonio con sus deseos, quizá por ello tenía ahora el pene del averno ante ella.
—¿Quema? —preguntó la mujer, con dudas.
—No.
Acercó entonces su mano y lo acarició con la punta de su dedo índice. Aquello comenzó a crecer. La meneó un poco y se puso más dura.
—¿Ves? —murmuró el diablo con suficiencia—. Te dije que era por el frío.
—Calla, tonto.
—A mí no me hables así, soy el príncipe de las tinieblas.
—Pues mira, ahora ya empiezas a parecerlo. Ven que te voy a dar lo tuyo.
—¡Que no me hables así, cojones! ¡Aquí mando yo!
—Shhh, cierra el pico, corazón.
La mujer dio tal empujón al diablo que este cayó en la cama sin poder reaccionar, sorprendido por completo. Tenía los ojos abiertos de par en par, y el pene erecto. Al fin de un tamaño considerable.
—Y ahora poséeme —ordenó Sarah saltando sobre la cama para montarle.
—V… vale.
 El diablo cogió de las caderas a la mujer y la penetró con determinación. Estaba un poco nervioso, lo último que quería era tener un gatillazo. No, joder, no podía pensar en eso. Se centró en ella, en sus pechos moviéndose de forma hipnótica, en las tersas nalgas que sujetaba con firmeza. Sí, era una mujer de campo, potente y vigorosa. Quizá demasiado. Igual se había precipitado en acudir a ella… a lo mejor… ¡que no! Hostias ya. Tenía que centrarse y mantener su erección. Aumentó para ello la velocidad y profundidad de sus embates, y ella disfrutaba como nunca. Él puso cara de saber lo que hacía. Y más le valía.

Fue una noche larga, intensa y tórrida en la que Satanás tomó a Sarah las veces que ella quiso, y de todas las formas que había visto en el libro. Cabalgó hasta la cima del placer humano y su cuerpo se estremeció en inagotables sacudidas de éxtasis. Y él… él… sí acabó agotado. Se derrumbó con la satisfacción del deber cumplido al lado de la campesina irlandesa.
—Ha sido espectacular, Satán… ¿volveré a verte? —frunció el ceño— ¿Satanás?
El diablo se había quedado dormido.
—Eh, oye… Satán, tienes que marcharte de aquí… —dijo dándole unos pequeños codazos en las costillas.
—Déjame… —murmuró somnoliento.
—Que te tienes que ir, leches, que no vivo sola.
—Que sí… Mañana me iré antes de que salga el sol.

Y bueno, es sabido que con el demonio no se puede discutir. Pero tampoco se puede confiar en él. El sol salió, desde luego, y cuando el diablo abrió los ojos un cañón de escopeta apuntaba directo hacia su cabeza. Konrad era un hombre madrugador, de avanzada edad, recio y valeroso protector de la virtud de su hija.
 —No… me jodas— dijo el diablo.
—No me jodas tú, hijo de puta —murmuró el viejo entre dientes.
Sarah se despertó sobresaltada.
—Eh, ni te atrevas a hablarme así. Soy el príncipe de los infiernos y he poseído a tu hija. ¿Qué pasa?
—Por mí como si eres el Papa de Roma. Como te muevas te vuelo la cabeza. ¡Brianna, despierta! —llamó a su mujer—. ¡Avisa ahora mismo al padre MacGowan!
—Venga ya… —suspiró el demonio.
—¡Que no te muevas!
—No me jodas…

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