Esta es una historia demoníaca y rural
que aconteció en un pequeño pueblo irlandés, cuyo nombre omitiré para evitar
las represalias. Y con razón, la verdad.
* * *
Había caído la noche en la hacienda de
los O´Connolly. Una humilde casa de piedra construida sobre una loma rodeada
por campiña agreste y bosques deshabitados. Así que, como podrás imaginar, la
luz de la ventana de Sarah era visible en varias millas a la redonda. Ella, sin
embargo, creía estar sola y resguardada, sentada en su cama, leyendo acalorada
y furtiva aquel libro que escondía, y que contenía historias y dibujos guarros.
Sus manos temblaban, su frente comenzaba a perlarse de sudor. Estaba flipando, nunca
había visto algo como aquello.
—Pero qué… ¿qué hacen estos
desvergonzados? Uy, uy, ¡qué lascivos! Yo no puedo ver esto, como se despierte
padre me va a caer una buena.
—Sarita, coño, que tienes cuarenta y
dos años.
—¡¿Quién ha dicho eso?! —preguntó la
mujer, asustada, al escuchar la voz que venía de las tinieblas del rincón.
—Oh, perdón. No me he presentado. Soy
Satanás.
El demonio salió de las sombras y se
mostró ante ella.
—¡Estás desnudo!
Satanás parpadeó confuso.
—¡Venga ya! ¿Aparezco desde los infiernos
y eso es lo único que te llama la atención?
—Perdona… es que estaba leyendo este
libro y…
—Coño, que soy un demonio.
—Vale.. vale… lo siento.
—Está bien —asintió el diablo—. No pasa
nada.
—¿Qué quieres de mí?
—Pues… —suspiró— joder, es que me has
cortado el rollo.
—Ya veo ya… —dijo la mujer mirándole la
entrepierna.
—¡Eh! —gruñó el demonio— vengo del
infierno y aquí hace frío. Es normal que esté así, ahora se pondrá a su tamaño
normal.
—Así que es eso ¿no?¿Vienes a hacerme
el amor?
—¡Que soy el diablo, hostias! —estalló—
¡Yo no hago el amor, yo te poseo!
—Pues, sinceramente, ya puede mejorar
el asunto si vienes a poseerme.
—¿Quieres callarte de una puta vez y
tenerme miedo? Así no hay quien haga nada, coño.
La mujer soltó una carcajada.
—¿Miedo de qué? ¿De esa birria?
El demonio, ofuscado, se sentó en una
silla y gruñó por lo bajo.
—Va, venga… —dijo Sarah en tono
conciliador—. No te pongas así, que es una broma.
—Vete a la mierda.
—No quería ofenderte.
—No me ofendes, gilipollas, soy
Satanás.
—Ya… bueno…
Hubo entonces uno de esos silencios
incómodos.
—…si quieres te ayudo —dijo la mujer.
—¿Perdón?
Señaló su pene.
—Ah…
—Venga tonto, lo he visto en ese libro,
verás cómo se te pone enorme.
—Pues… —meditó el diablo mirando a su
al alrededor— bueno, vale. Si quieres prueba a ver.
Sarah sonrió picarona y se acercó a
Satanás.
Sarah era una solterona. En la zona no
había prácticamente ningún mozo, y sólo tenía contacto con varones en los
bailes o la feria de la cabra. Muy de tanto en tanto. Se podría decir que su
experiencia con los hombres era más bien imaginativa. Quizá por ello había
invocado inconscientemente al demonio con sus deseos, quizá por ello tenía
ahora el pene del averno ante ella.
—¿Quema? —preguntó la mujer, con dudas.
—No.
Acercó entonces su mano y lo acarició
con la punta de su dedo índice. Aquello comenzó a crecer. La meneó un poco y se
puso más dura.
—¿Ves? —murmuró el diablo con
suficiencia—. Te dije que era por el frío.
—Calla, tonto.
—A mí no me hables así, soy el príncipe
de las tinieblas.
—Pues mira, ahora ya empiezas a
parecerlo. Ven que te voy a dar lo tuyo.
—¡Que no me hables así, cojones! ¡Aquí
mando yo!
—Shhh, cierra el pico, corazón.
La mujer dio tal empujón al diablo que
este cayó en la cama sin poder reaccionar, sorprendido por completo. Tenía los
ojos abiertos de par en par, y el pene erecto. Al fin de un tamaño
considerable.
—Y ahora poséeme —ordenó Sarah saltando
sobre la cama para montarle.
—V… vale.
Fue una noche larga, intensa y tórrida
en la que Satanás tomó a Sarah las veces que ella quiso, y de todas las formas
que había visto en el libro. Cabalgó hasta la cima del placer humano y su
cuerpo se estremeció en inagotables sacudidas de éxtasis. Y él… él… sí acabó
agotado. Se derrumbó con la satisfacción del deber cumplido al lado de la
campesina irlandesa.
—Ha sido espectacular, Satán… ¿volveré
a verte? —frunció el ceño— ¿Satanás?
El diablo se había quedado dormido.
—Eh, oye… Satán, tienes que marcharte
de aquí… —dijo dándole unos pequeños codazos en las costillas.
—Déjame… —murmuró somnoliento.
—Que te tienes que ir, leches, que no
vivo sola.
—Que sí… Mañana me iré antes de que
salga el sol.
Y bueno, es sabido que con el demonio no se puede
discutir. Pero tampoco se puede confiar en él. El sol salió, desde luego, y cuando el
diablo abrió los ojos un cañón de escopeta apuntaba directo hacia su cabeza.
Konrad era un hombre madrugador, de avanzada edad, recio y valeroso protector
de la virtud de su hija.
—No me jodas tú, hijo de puta —murmuró
el viejo entre dientes.
Sarah se despertó sobresaltada.
—Eh, ni te atrevas a hablarme así. Soy
el príncipe de los infiernos y he poseído a tu hija. ¿Qué pasa?
—Por mí como si eres el Papa de Roma.
Como te muevas te vuelo la cabeza. ¡Brianna, despierta! —llamó a su mujer—.
¡Avisa ahora mismo al padre MacGowan!
—Venga ya… —suspiró el demonio.
—¡Que no te muevas!
—No me jodas…
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