lunes, 30 de noviembre de 2015

Con el diablo en el cuerpo. Parte II

Cuando llegó el sacerdote Sarah se puso un poco nerviosa pensando que quizá haber sido descubierta fornicando con el diablo podría manchar su reputación. Por la expresión del padre MacGowan supo que era un asunto delicado, pero ¿qué iba a saber ella?
—Aquí le tiene, padre —dijo el señor Konrad sin dejar de apuntarle directamente entre los ojos con la escopeta—. Sorprendido fuera del infierno, y en la cama de mi hija.
—¿Eso es cierto, hija? —preguntó el sacerdote a Sarah.
—Sí, es mi cama —asintió la mujer.
—Digo que si has sido sorprendida con el diablo metido en ella.
—A decir verdad, padre… le juro que me lo temía. Sabía que este matao se iba a quedar dormido —le miró mal—. El sorprendido ha sido él.
—Eso es una confesión —hizo constar el sacerdote.
—¡Han mantenido relaciones!— clamó el señor Konrad
—Qué vergüenza… qué vergüenza… —murmuraba Brianna, la madre, sentada en una mecedora.
—Si puedo decir algo… —intervino el diablo con cautela—, yo no mantengo relaciones, yo follo y poseo.
—¡Cierra la puta boca o te la vuelo a plomazos! —amenazó el hombre.
—…
—Padre MacGowan, ya ve usted cómo está la situación, y entenderá por qué le hemos hecho llamar.
—Perfectamente, señor Konrad. Sacaré al demonio de la cama de su casta hija y la liberaré de su pérfida influencia.
—De casta nada —gruñó el hombre—. Estamos en confianza, a la vista está que es una golfa.
—¡Papá!
—¡Tú chitón! Que me tienes contento…
—¡JA JA JA! —rió el diablo de forma grandilocuente y teatrera— Si pensáis que un viejo y decrépito sacerdote va a tener poder sobre mí es que estáis agilipollados, paletos.
La escopeta retumbó y el hombro del demonio estuvo a punto de saltar por los aires. El diablo lanzó un aullido de dolor, pero enseguida se recompuso.
—Vuestras armas… no tienen poder sobre mí.
—Pues quién lo diría —comentó Sarah—, has gritado como una cochinilla.
El diablo se puso rojo de ira, pero antes de que pudiera contestar le frenó en seco el señor Konrad, tajante.
—Escucha, muchacho, aquí nadie va a hacer ningún exorcismo. Tenlo claro.
—Al fin veo que entráis en razón —sonrió el diablo.
—No creas que te vamos a sacar de la cama para que te vayas de rositas después de haber mancillado a mi única hija. ¿Qué clase de padre sería? No, chavalote, no. He hecho llamar al padre MacGowan para solucionar este asunto de la única manera que puede y debe hacerse.
—¿Qué estás diciendo, viejo? —preguntó el diablo, nervioso.
—Coño, ya lo sabes. Tú te has follado a mi hija, tú te casarás con ella.
—¡Que soy el demonio!
—Haberlo pensado antes.
—Esto es ridículo.
—No quiero volver a escuchar una palabra de tu maldita boca hasta que el sacerdote no te pregunte. ¿Estamos? —acercó la punta de la escopeta a su cabeza. Una gota de sudor cayó por su frente y enseguida se evaporó—. Proceda padre.
El sacerdote sorprendido asintió y carraspeó.
—Pónganse en pie.
Ambos lo hicieron, estaban en pelotas y asustados.
—Por favor, cúbranse…—pidió el cura sin quitar ojo al cuerpo de Sarah.
Sara se tapó rápidamente con la sábana, pero el diablo no hizo caso y se mantuvo erguido, con su erección mañanera desafiante.
—Cúbrete las vergüenzas —ordenó el señor Konrad.
—¿Vergüenza? —se burló el demonio— Admira el tamaño de mi miembro.
—No decías eso anoche —murmuró Sarah.
—¡No me toques los cojones! —gritó Satanás.
—¡No me los toques tú a mí, cabronazo, si en verdad no quieres que te la vuele en pedazos! —gritó el señor Konrad aún más fuerte que el diablo— Tápate esa birria de pene y tengamos la fiesta en paz. Adelante, padre.
—Pues… —carraspeó—. Estamos aquí reunidos en este día… —comenzó el sacerdote con bastante inseguridad— …para unir en santo matrimonio a Sarah y a…
—El demonio —apuntó Satanás.
—…y al demonio —completó el sacerdote—. ¿De verdad estáis seguros de esto? —preguntó confuso.
—Siga —ordenó el señor Konrad.
—Está bien… pues… a ver… resumiendo, Sarah, quieres tomar como esposo a Satanás para amarle y respetarle y todas esas cosas hasta que la muerte os separe.
—Yo soy inmortal —dijo el diablo.
—¿Quieres que lo comprobemos? —preguntó el señor Konrad.
—Sí, quiero —asintió Sarah.
—Y tú, Satanás, ¿quieres a Sarah como legítima esposa para todas esas cosas también hasta que la muerte os separe?
Satanás miró de reojo el cañón de la escopeta, suspiró y asintió.
—Pues… —dijo el cura— si nadie se opone a este enlace… —miró al cielo, por la ventana esperando que alguien mandase una señal desde allí. Nada—… por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
El diablo miró a su suegro. Este asintió, sonriendo.
—Bésala, hijo.
Y el demonio besó a Sarah.

Lo sucedido a continuación entra dentro de lo habitual, a pesar de todo. A saber: felicitaciones, situaciones violentas, abrazos y amenazas varias. Pero había una perspectiva que, al menos, se le antojaba apetecible al demonio. En efecto, la noche de bodas.
Estaba venido arriba, vigoroso, titánico y la tenía dura como una piedra. Esta noche, pensaba, su recién estrenada mujer se tragaría sus palabras, y también más cosas pervertidas. Era su momento, desataría el poder de los infiernos en su flamante miembro viril para que aquella mujer cayera a sus pies, sumisa, amante, encadenada a su voluntad. Su pene invencible se alzaría como un coloso ante su mirada suplicante de placer, y se lo daría, claro que sí, pero a cambio de su alma.
—Me duele la cabeza.
El pene se le vino abajo.
—¿Qué?
—Que me duele la cabeza —repitió Sarah—, date la vuelta y duérmete, anda.
—Pero… ¿qué cojones estás diciendo?
—Esta noche no, ya mañana si eso.
—Pero… pero… tu alma me pertenece.
Sarah se dio la vuelta y le miró, como quien mira a un idiota y sonrió con cierta maldad.
—¿Pero tú te has creído? Mi alma no te pertenece, esposo mío, tenemos gananciales. Y, ojito con pasarte de listo, que pido el divorcio y me quedo con la mitad de tu infierno.
—Tú… —balbuceó el diablo sin salir de su asombro—. Tú eres una arpía.
—Habló de puta la tacones —rió Sarah.
El diablo quedó mudo, congelado, con el pene diminuto, apaleado.
—Me voy al bar.
—Ni lo sueñes. Date la vuelta y duérmete ahora mismo.

—…

viernes, 27 de noviembre de 2015

Con el diablo en el cuerpo. Parte I

Esta es una historia demoníaca y rural que aconteció en un pequeño pueblo irlandés, cuyo nombre omitiré para evitar las represalias. Y con razón, la verdad.

* * *

Había caído la noche en la hacienda de los O´Connolly. Una humilde casa de piedra construida sobre una loma rodeada por campiña agreste y bosques deshabitados. Así que, como podrás imaginar, la luz de la ventana de Sarah era visible en varias millas a la redonda. Ella, sin embargo, creía estar sola y resguardada, sentada en su cama, leyendo acalorada y furtiva aquel libro que escondía, y que contenía historias y dibujos guarros. Sus manos temblaban, su frente comenzaba a perlarse de sudor. Estaba flipando, nunca había visto algo como aquello.
—Pero qué… ¿qué hacen estos desvergonzados? Uy, uy, ¡qué lascivos! Yo no puedo ver esto, como se despierte padre me va a caer una buena.
—Sarita, coño, que tienes cuarenta y dos años.
—¡¿Quién ha dicho eso?! —preguntó la mujer, asustada, al escuchar la voz que venía de las tinieblas del rincón.
—Oh, perdón. No me he presentado. Soy Satanás.
El demonio salió de las sombras y se mostró ante ella.
—¡Estás desnudo!
Satanás parpadeó confuso.
—¡Venga ya! ¿Aparezco desde los infiernos y eso es lo único que te llama la atención?
—Perdona… es que estaba leyendo este libro y…
—Coño, que soy un demonio.
—Vale.. vale… lo siento.
—Está bien —asintió el diablo—. No pasa nada.
—¿Qué quieres de mí?
—Pues… —suspiró— joder, es que me has cortado el rollo.
—Ya veo ya… —dijo la mujer mirándole la entrepierna.
—¡Eh! —gruñó el demonio— vengo del infierno y aquí hace frío. Es normal que esté así, ahora se pondrá a su tamaño normal.
—Así que es eso ¿no?¿Vienes a hacerme el amor?
—¡Que soy el diablo, hostias! —estalló— ¡Yo no hago el amor, yo te poseo!
—Pues, sinceramente, ya puede mejorar el asunto si vienes a poseerme.
—¿Quieres callarte de una puta vez y tenerme miedo? Así no hay quien haga nada, coño.
La mujer soltó una carcajada.
—¿Miedo de qué? ¿De esa birria?
El demonio, ofuscado, se sentó en una silla y gruñó por lo bajo.
—Va, venga… —dijo Sarah en tono conciliador—. No te pongas así, que es una broma.
—Vete a la mierda.
—No quería ofenderte.
—No me ofendes, gilipollas, soy Satanás.
—Ya… bueno…
Hubo entonces uno de esos silencios incómodos.
—…si quieres te ayudo —dijo la mujer.
—¿Perdón?
Señaló su pene.
—Ah…
—Venga tonto, lo he visto en ese libro, verás cómo se te pone enorme.
—Pues… —meditó el diablo mirando a su al alrededor— bueno, vale. Si quieres prueba a ver.
Sarah sonrió picarona y se acercó a Satanás.

Sarah era una solterona. En la zona no había prácticamente ningún mozo, y sólo tenía contacto con varones en los bailes o la feria de la cabra. Muy de tanto en tanto. Se podría decir que su experiencia con los hombres era más bien imaginativa. Quizá por ello había invocado inconscientemente al demonio con sus deseos, quizá por ello tenía ahora el pene del averno ante ella.
—¿Quema? —preguntó la mujer, con dudas.
—No.
Acercó entonces su mano y lo acarició con la punta de su dedo índice. Aquello comenzó a crecer. La meneó un poco y se puso más dura.
—¿Ves? —murmuró el diablo con suficiencia—. Te dije que era por el frío.
—Calla, tonto.
—A mí no me hables así, soy el príncipe de las tinieblas.
—Pues mira, ahora ya empiezas a parecerlo. Ven que te voy a dar lo tuyo.
—¡Que no me hables así, cojones! ¡Aquí mando yo!
—Shhh, cierra el pico, corazón.
La mujer dio tal empujón al diablo que este cayó en la cama sin poder reaccionar, sorprendido por completo. Tenía los ojos abiertos de par en par, y el pene erecto. Al fin de un tamaño considerable.
—Y ahora poséeme —ordenó Sarah saltando sobre la cama para montarle.
—V… vale.
 El diablo cogió de las caderas a la mujer y la penetró con determinación. Estaba un poco nervioso, lo último que quería era tener un gatillazo. No, joder, no podía pensar en eso. Se centró en ella, en sus pechos moviéndose de forma hipnótica, en las tersas nalgas que sujetaba con firmeza. Sí, era una mujer de campo, potente y vigorosa. Quizá demasiado. Igual se había precipitado en acudir a ella… a lo mejor… ¡que no! Hostias ya. Tenía que centrarse y mantener su erección. Aumentó para ello la velocidad y profundidad de sus embates, y ella disfrutaba como nunca. Él puso cara de saber lo que hacía. Y más le valía.

Fue una noche larga, intensa y tórrida en la que Satanás tomó a Sarah las veces que ella quiso, y de todas las formas que había visto en el libro. Cabalgó hasta la cima del placer humano y su cuerpo se estremeció en inagotables sacudidas de éxtasis. Y él… él… sí acabó agotado. Se derrumbó con la satisfacción del deber cumplido al lado de la campesina irlandesa.
—Ha sido espectacular, Satán… ¿volveré a verte? —frunció el ceño— ¿Satanás?
El diablo se había quedado dormido.
—Eh, oye… Satán, tienes que marcharte de aquí… —dijo dándole unos pequeños codazos en las costillas.
—Déjame… —murmuró somnoliento.
—Que te tienes que ir, leches, que no vivo sola.
—Que sí… Mañana me iré antes de que salga el sol.

Y bueno, es sabido que con el demonio no se puede discutir. Pero tampoco se puede confiar en él. El sol salió, desde luego, y cuando el diablo abrió los ojos un cañón de escopeta apuntaba directo hacia su cabeza. Konrad era un hombre madrugador, de avanzada edad, recio y valeroso protector de la virtud de su hija.
 —No… me jodas— dijo el diablo.
—No me jodas tú, hijo de puta —murmuró el viejo entre dientes.
Sarah se despertó sobresaltada.
—Eh, ni te atrevas a hablarme así. Soy el príncipe de los infiernos y he poseído a tu hija. ¿Qué pasa?
—Por mí como si eres el Papa de Roma. Como te muevas te vuelo la cabeza. ¡Brianna, despierta! —llamó a su mujer—. ¡Avisa ahora mismo al padre MacGowan!
—Venga ya… —suspiró el demonio.
—¡Que no te muevas!
—No me jodas…